jueves, 23 de junio de 2011

Relato de Mi Querida Jane.

Mi Querida Jane.

Pedro Jesús Plaza González.


Dicen que ya he sucumbido en la locura, y francamente no lo niego. Todos dicen que veo fantasmas irreales, que estoy en lugares que no existen… y es cierto.

Mi residencia actual no es otra que el Psiquiátrico Santa Cruz de la Luz, uno de los psiquiátricos más caros y desconocidos de toda Europa. Maldigo el día en que gracias a mis padres ingresé aquí. Para los que no lo sepan este lugar no es un hotel, ni si quiera podría llamarse refugio, esto es una perrera, aquí no nos tratan como personas, sino como animales. Pero no nací loco ni perturbado, yo… era un chico normal, un chico feliz. Desde que nací siempre fui muy inteligente, simpático, bondadoso, un poco guapo… no le envidiaba nada a nadie, era muy feliz. Pero todo cambió cuando inicié la adolescencia. Empecé como cualquier otro adolescente, cambios de humor, acné, rebeldía… pero hubo una parte de la adolescencia que me marcó en particular: el amor, me enamoré loca y perdidamente de una chica, y esa chica se llamaba Jane, mi querida Jane.

A pesar de mi supuesta locura, aún recuerdo perfectamente el día en que la conocí. Nunca olvidaré esa fecha, al igual que no olvidaré jamás cada detalle de ella. Era un 27 de Abril. Como cada miércoles yo iba hacia el pabellón deportivo de mi ciudad, a mi entrenamiento de baloncesto, el único deporte que amé, pero que perdió todo su sentido en cuanto la conocí a ella. Pasaba por el Parque de la Libertad, y a medida que iba caminando sacaba mi cartera de la que cogí tres euros. Sin esperarlo, se me cayó una moneda, que fue rodando hasta chocar con el borde que separaba la acera del césped. En mi mano izquierda quedaba la moneda de un euro y la cartera, y con mi mano derecha me agaché y cogí la que se me había caído. En el momento en que alcé la vista del suelo la vi, allí estaba ella, sentada en el verdoso césped del parque, sorbiendo con sus carnosos y carmesíes labios un batido de fresa, mientras el Sol radiante caía sobre su cuerpo, haciéndola insoportablemente bella. No pude soportarlo ni un instante más, así que me acerqué a ella con paso torpe, y le hablé, le hablé por primera vez.

- Ho… hola –conseguí articular.

- ¡Hola! –dijo con una voz dulce, más perfecta que la de un ángel.– ¿Quieres sentarte? –Me dijo al tiempo que señalaba un trozo de césped que había a su lado.

- Cla… claro –dije de nuevo torpemente, a la vez que me situaba a sólo unos treinta y pocos centímetros de ella. En el momento en el que estuve totalmente acomodado la miré fijamente y conseguí apreciar toda su belleza.

En tan sólo unos instantes la miré de arriba abajo unas cuantas veces, y su imagen quedó para siempre en mi afortunada memoria. Su cabello era de un rubio muy pajizo, que a la luz del Sol resplandecía como si de miles de hebras de oro se tratase. Sus claros ojos verdes en los que por unos momentos me perdí centelleaban bellos, tan hermosos… Una nariz curva tan perfecta que parecía hecha a medida y sus labios tan escarlatas y tan naturales brillando como millones de pequeños rubíes completaban su lindo rostro. Seguí bajando mi mirada hasta clavarla en sus pechos sólo cubiertos por una camiseta verde, en los que mi imaginación confeccionó un hermoso y plácido sueño sobre ellos, sólo era un breve sueño, pero tan magnífico y real al mismo tiempo… Una cintura perfecta, unas piernas esbeltas cubiertas por unos vaqueros desgastados y todo el resto de su cuerpo insultantemente divino y hermoso, me sentía una horrible abominación a su lado.

- ¿Quién eres? –Me preguntó ella sacándome bruscamente de mi pensamiento.

- Soy Robert, ¿y tú? –No sé cómo salieron, pero las palabras se deslizaron rápido por mi lengua hasta llegar a sus oídos.

- Yo me llamo Jane –en el instante en que dijo su nombre mis oídos se regocijaron de placer, mientras que mi corazón palpitaba más rápido de lo debido.– ¿Te apetece un poco de batido? –Dijo al mismo tiempo que movía el vaso, inculcando en mí un pronto deseo de aceptar la proposición.– Sino eres escrupuloso, claro está –añadió. No soy escrupuloso y aunque lo fuese, hubiera aceptado de igual modo.

- Bueno no me importaría –dije y me tendió el vaso. Tomé un sorbo, y otro sorbo. Pero el batido no era en sí el sabor que inundaba mis papilas gustativas, lo que yo saboreaba era algo sobrehumano, un sabor dulce, cálido y muy, muy agradable. Era el sabor de Jane, concretamente el de sus labios.

- E… esta muy bueno –le dije mientras le tendía el batido.

- ¿El qué, mi sabor o el batido? –Me dijo a la vez que reía pícaramente.

- ¿Eh? –Dije al tiempo que le miraba totalmente perplejo. – Pu… ¿puedes repetir?

- ¿Qué te ha parecido que está tan bueno, el batido, o el sabor de mis labios? –Me preguntó y luego pasó su dedo por la comisura de su labio inferior.

Conseguí armarme de valor, aún no sé cómo y le dije:

- Todavía no sé a que saben exactamente tus labios, así que no puedo responderte con seguridad.

Ella tranquila y relajada, segura de sí misma cogió el batido y lo sorbió durante unos instantes, luego me dijo:

- Pues si este es el sabor de tus labios saben muy bien, la verdad –dijo y después se acercó un poco a mis labios.– ¿Puedo cerciorarme de si es este sabor?

¿Qué podía decir yo? ¿Cómo pudo ella hacerme tan fácil el camino hacia sus labios? No lo sé, pero así, tal y como lo estoy contando fue. Nunca podrán borrarse ni nublarse los recuerdos de Jane, de mi querida Jane.

No sabía qué responder, así que simplemente acorté la distancia que separaba nuestros labios, hasta que la distancia desapareció y nuestros estos se unieron en el primer beso. No sé muy bien cómo describir lo que sentí en mis labios, en mi cuerpo, en mi alma, era algo inimaginable. Poco a poco un frenesí invadió nuestros cuerpos, daba la sensación de que el tiempo se paraba a nuestro alrededor, pero supongo que el beso duraría unos diez maravillosos segundos, los mejores que había vivido. No os puedo describir con palabras todo lo que fue ese beso, pero he hecho un intento.

Ella separó lentamente los labios, y con un tono muy sensual me dijo:

- Pues sí que era el mismo sabor… y me encanta –me dijo, y yo me quedé de piedra, totalmente paralizado.

- Y a mí el tuyo también, es genial –le dije y luego extendí mis brazos alrededor de su cuerpo, para después estrujarla suavemente contra mi pecho. Después del beso ya no tenía vergüenza al hablarle, al expresarle mis sentimientos, ya no tenía ni miedo ni pudor a nada, bueno, a que ella desapareciera sí. Le dí un suave beso en la frente y le dije:

- En el instante en que te he visto pensé que te amaba, pero ahora lo tengo confirmado, te amo Jane, te amo con la vida –y la abracé dulcemente, mientras confirmaba que el amor a primera vista existe.

- A mí me ha pasado igual, te amo Robert, desde ahora y para siempre –sinceramente, al oír esto pensé que estaba soñando, pero no, yo estaba allí, yo la amaba a ella, y ella me amaba a mí.

- ¿Te apetecería venir a mi casa? Mis padres están de viaje –le dije y me levanté del césped sujetándole la mano.

- Bueno… Vale si quieres que vayamos…

Durante el camino hasta mi casa charlamos sobre deportes, música, cine… de todo un poco lo que nos gustaba hacer en nuestro tiempo libre, conociéndonos más. Al llegar a mi casa nos sentamos en el sofá y tomamos un refresco, concretamente un Nestea, eso sí, a medias para ir saboreando nuestros labios al igual que con el batido. Cuando acabamos el refresco llegaron los mejores momentos de mi vida.

Me acerqué a ella poco a poco y posé mis labios en los suyos muy suavemente. Ella me respondió con un beso cálido en el que poco a poco mis labios y los suyos se unieron dulcemente, mientras nuestras lenguas jugaban y se enredaban en otro beso espléndido. Así pasaron unos minutos maravillosos entre beso y beso, y la pasión nos llenó hasta el punto de poco a poco ir jugueteando con las manos arriba… y abajo. Poco a poco la ropa nos fue sobrando a ambos, y al cabo de quince minutos nos encontrábamos totalmente desnudos y gozando el uno del otro, y bueno… Podéis imaginaros lo que pasó después, el amor se hizo pecado y gozo.

La verdad es que a mi también me sorprendió mucho que todo avanzara tan rápido. ¿Pero qué puedo deciros si la verdad es que pasó así?

Se acercaban las ocho, así que la acompañé hasta su casa, le dí un beso y me despedí. Como ya he dicho, mis padres estaban de viaje, por lo que decidí prepararme un filete de ternera acompañado de ensalada, me lo comí, me lavé los dientes, tomé una ducha y me dormí en mi cama. Durante toda la noche soñé con ella, con mi querida Jane. Soñé como hacía unas horas la conocí, como la besé, como hicimos lo que hicimos, y en como podría ser nuestro futuro, pero lo que yo no sabía es que no tendríamos futuro…

Me desperté temprano, y lo primero que hice fue coger el móvil y llamar a Jane. Pero no contestaba. La llamé unas treinta y pocas veces en el día, pero ni una sola de ellas me contestó. Al día siguiente repetí la misma rutina pero obtuve igual resultado. Parecía que Jane había desaparecido. Pero entonces al tercer día después de haber pasado dos días completos preocupado por ella, pensando en ella, me llamó:

- Buenos días amor –me saludó muy melosamente, llamándome sensualmente amor. Amor…

- Hola cielo, ¿qué te ha pasado? ¿Dónde estabas?

- Perdóname Robert, por favor perdona es que…

- No importa, necesito verte de nuevo, lo antes posible, ¿a qué hora puedes quedar?

- Bueno vale ya allí te lo explico. ¿Qué te parece a las diez en el lugar que nos conocimos?

- Perfecto cielito, nos vemos allí, ¿vale?

- Claro, nos vemos, te quiero vida.

- Y yo a ti.

- Por siempre jamás amor.

Y colgamos al mismo tiempo. Que terrible me resulta recordar la siguiente parte de la historia, pero ya he empezado y he de acabar de contarla.

Desayuné unas tostadas con aceite y un café, me vestí y salí a la calle. De camino al parque pasé por una floristería y compré una rosa roja para Jane, una rosa que tendría un destino que nadie esperaba…

Llegué al parque a las diez menos diez, así que me senté en el césped a esperar tranquilamente a Jane. Mientras esperaba contemplaba el cielo azulado.

Se acercaban las diez cuando vi a Jane aparecer por la otra acera. Me levanté del césped y fui corriendo hacia el paso de cebra. El semáforo estaba en rojo y quedaban cuarenta y tres segundos para que se pusiera en verde. Estábamos tan cerca y a la vez tan lejos, yo en una acera y ella en otra. Las ganas de vernos, abrazarnos, acariciarnos y besarnos eran incontenibles, los segundos pasaban como horas. Todavía quedaban treinta segundos. Jane llevaba puesta una blusa blanca que realzaba sus pechos, junto con una preciosa minifalda roja, para variar estaba increíblemente bella y hermosa. Ya sólo quedaban diez segundos. No podía aguantar más, necesitaba cruzar ya. Cinco segundos, cuatro, tres, dos, uno, cero, semáforo en verde. Podíamos cruzar. Curiosamente no se veía ya ni un coche en la calle, y las únicas personas que habían a nuestro alrededor eran un grupo de ancianos que charlaban animadamente en el parque. Comencé a correr hacia Jane, y ella también comenzó a correr hacia mí. Y justo en el centro del paso de cebra nos encontramos en un dulce y eterno abrazo. Acerqué mis labios a los suyos y la besé unos instantes, sólo unos instantes. De repente se escuchó el ruido del motor de un coche, que a juzgar por el tremendo estruendo debía de ir a unos cien kilómetros por hora, creo. Ambos nos giramos para ver como venía hacia nosotros un coche negro a toda velocidad, el maldito coche que se llevaría la vida de Jane, mi querida Jane.

No nos dio tiempo a reaccionar, y el demente que llevaba el coche no frenó. Los dos fuimos arrollados fuertemente por el coche, con tan mala y cruel suerte de que ella murió en el acto y yo sobreviví. Segundos después del accidente me levanté y corrí a donde yacía Jane. Estaba en el suelo boca arriba totalmente ensangrentada. Su pelo dorado tenía manchas rojizas, sus bellos labios manaban sangre a borbotones, y sus ojos permanecían aún abiertos. Su preciosa blusa blanca estaba rasgada y totalmente tintada con el color de la muerte, hasta el punto que no se distinguía la blusa y la falda, todo era del mismo color, todo era sangre. Sus manos permanecían en su pecho enlazando algo un poco más rojo que el resto: la rosa que yo le había regalado hace unos instantes, mi último regalo para Jane. Empecé a zarandearla pero no despertaba, la cogí de la mano y empecé a gritar su nombre. Pero ella sólo tuvo la bondad y la fuerza de decirme: Te amo Robert.

Y murió, dejó este mundo, me dejó a mí, lo dejó todo. No supe que hacer, me sentía impotente, inútil, una basura por seguir viviendo mientras ella estaba muerta. Comencé a aporrear el suelo con todas mis fuerzas para desahogarme, pero no era suficiente, también tuve que gritar a todo pulmón su nombre, y llorar, lloraba totalmente desconsolado. Finalmente el agotamiento pudo conmigo y me dejé caer sobre Jane, deseando, esperando dormirme y no volver a despertar. Pero días después volví a despertar en un hospital rodeado por mis padres y amigos.

Ellos se mostraron alegres al verme despertar, pero yo no, y por mucho que me abrazaran o hablaran yo no les respondí, no merecía la pena. Y entonces empezaron las pesadillas, revivía el momento de la muerte de Jane, y en ciertas ocasiones mi imaginación creaba su fantasma con el que me pasaba horas charlando. Escuché que el psicópata que nos había atropellado a mí y a Jane no era más que un asqueroso borracho al que sólo le habían condenado seis años de cárcel, no era suficiente, claro que no. Después de esto los médicos no tardaron en declararme loco, y mis padres no tardaron en mandarme al psiquiátrico en el que hoy me encuentro.

Todo esto ocurrió hace cuatro años. Y aquí estoy, acabando de escribir mi trágica historia y esperando adentrarme totalmente en la locura, morir de pena y llanto o sucumbir al infame suicidio. Pero todavía hoy una duda corroe mi cuerpo y colma mi corazón: ¿Realmente existen el cielo y el infierno? Es decir, ¿realmente habrá otra vida después de la muerte en la que me reuniré con Jane? No lo sé la verdad, pero no me importa lo que me pase, sólo quiero y deseo volver a estar con Jane, con mi querida Jane.

Robert Williams.

Psiquiátrico Santa Cruz de la Luz, 11 de Enero de 2010.

AURICULARES.

Sonó el timbre del recreo, ya podíamos salir y escapar un rato de las clases. Enseguida se empezó a oír el barullo general, chicos y chicas bajaban las escaleras para salir al patio. Guardé mis libros y cogí mi desayuno, un bocadillo de atún y un zumo de melocotón. Desenvolví el bocadillo y dí un primer mordisco, luego salí de la clase, y al salir, la vi a ella.

Estaba apoyada en una baranda verde, mirando aparentemente a la nada, distraída, ensimismada. Por la claraboya del techo entraban rayos de Sol que inevitablemente iban a topar con ella. Su pajiza y dorada melena caía suavemente sobre sus hombros, y la luz le concedía un brillo especial, como si de finos hilos de oro se tratara. Poco a poco, tímidamente comencé a caminar dirigiéndome a ella, pero mientras la seguía observando. Sus labios permanecían rojizos, deliciosos, como siempre. El Sol otorgaba sin quererlo un destello sobrenatural a esos labios, y desde mi punto de vista parecían estar cubiertos por millones de diminutos y preciados rubíes. Ya nos separaban pocos metros, y ella todavía no se había percatado de mi presencia. Hasta su nombre era bello y mágico, en mi mente no hacía más que repetirse su nombre, una y otra vez, sin descanso, resonando, Sandra, Sandra, Sandra…

Ya me encontraba a su lado, a unos centímetros. Continuaba sin darse cuenta de que yo estaba allí, así que le dí un pequeño y leve golpecito en el hombro, y dije: Hola.

Ella se giró, y me respondió con otro hola. No tardé ni un segundo en hacer lo que hacía siempre que la veía. Nuestras miradas se encontraron, por fin el momento ansiado, se encontraron y yo me perdí en sus profundos, nítidos y azules ojos. Unos ojos lindos, más que cualquier otros. Me hundí en ellos, me perdí en los preciosos ojos azules de Sandra.

A continuación ambos nos acercamos más, para darnos dos besos, dos besos que aunque fueran tan inocentes y simples, besos en la mejilla, yo deseaba, deseaba darle ese par de besos. Primero uno en su mejilla izquierda, en este beso su aroma me inundó, me desconcertó. Me recuperé y otro en la mejilla derecha, en este ocurrió algo sorprendente. Su aroma me seguía llenando, no era una aroma a champú o a perfume, era su olor, su esencia. Al darle ese beso me di cuenta de que en la oreja derecha llevaba un auricular, escuchaba música. No me había dado cuenta, ya que su pelo lo escondía inexorablemente. El cable blanco se confundía entre sus mechones rubios, y el auricular quedaba escondido en esa oreja. Me llamó la atención eso, le quedaba genial, con una oreja escuchaba música y con la otra me escuchaba a mí, aunque yo sólo dijera tonterías que ya ni recuerdo.

Se me escapó una sonrisilla, por lo bien que le quedaba, por lo guapa que era, porque me gustaba tal y como era. No me había percatado, pero aún mi mano estaba apoyada en su cintura. Yo había acercado a Sandra un poco a mí para darle los besos, y mi mano se había quedado ahí, aunque creo que ella tampoco lo notó. La retiré rápidamente. Los minutos pasaron velozmente, era hora de despedirse, ya habíamos pasado unos momentos, unos instantes solos en la inmensa mayoría, charlando. Le dije adiós tímidamente con la mano, ella me devolvió el saludo y me dijo con su dulce voz: chaito... Esa última palabra quedó en mí, al igual que quedó su imagen, su rubia cabellera, sus ojos azules, su nariz con un pequeño lunar en el lado, su boca, con otro lunar bajo el labio inferior, su todo. No hacía ni dos semanas que conocía a esta chica, y sin embargo sentía algo poderoso por ella, me inspiraba poesías y relatos bellos, algo que no cualquier mujer podía hacer. Me ponía nervioso al verla. Algo, no sabía, aún no sé el qué, me estaba ocurriendo, algo por ella estaba, estoy sintiendo.

Pedro J. Plaza.

Ojos Verdes.

(A la primera chica de la que

me enamoré en 2011).

Son tus ojos, cariño mío,

Verdes, cual fresca hierba

En una mañana de primavera,

Bañados delicadamente

Por las cristalinas gotas de rocío,

Que dan a mi corazón y a mi alma lo

Que los llena de boca a boca.

Miedo y diccionario.

Miedo, palabra de cinco letras que según el diccionario significa lo siguiente: “Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. Pero, yo pregunto: ¿Qué es realmente el miedo, acaso no se puedo presentar el miedo en tan diversas formas? Yo, personalmente opino que sí, y para dar prueba de ello expondré alguno de los incontables tipos de miedo que existen.

- Miedo escénico: es el miedo a actuar en público, a que haya tanta gente delante de ti mirándote. En mi opinión esto te provoca terror, pero también vergüenza. Yo mismo tengo este miedo, pero más bien por meter la pata delante de tanta gente, no porque me miren. Ya va un tipo miedo.

- Miedo a lo distinto: es un miedo a conocer algo diferente, como por ejemplo miedo a estar cerca de un homosexual, como si te fueras a volver gay por ello, gracias a Dios que eso ya apenas existe, pero en mi opinión, en este caso se asemeja más al asco que al miedo. Y van dos.

- Miedo en una relación: cuando no te atreves a dar un paso en ella, por ejemplo decirle que la quieres o darle el primer beso.

- Miedo a enfrentarse a los problemas: el terror a enfrentarse a los problemas, ya sean pequeños o grandes, como por ejemplo a hacer un examen, o a asistir a una operación, este es un campo muy abierto. Ya van cuatro.

- Miedo a la verdad: el miedo a reconocer la verdad, a que te digan la verdad, por ejemplo que te informen de que te quedan pocos meses de vida.

- Miedo a la oscuridad: este es uno tonto pero frecuente. Ese terror a la oscuridad, a estar en ella, seguro que todos lo hemos sentido en alguna ocasión.

- Miedo a la soledad: este es terrible, estar solo, sin nadie a tu lado, por este incluso empiezas a oír ruidos e imaginarte cosas, es uno de los peores. Con este van siete, aún se me ocurren unos cuantos más.

- Miedo a la muerte: el temor a que llegue el día en que tu corazón parará de latir, a no saber como acabarás, es otro muy extendido.

- Miedo a que conozcan tus temores: en mi opinión, todos sin excepción tenemos o hemos tenido este. Seguro que a alguien le da miedo el que otra persona pueda saber que teme a la oscuridad o que no puede ver la sangre.

Por hoy, aquí queda la cosa, como siempre, mil gracias amigos.

Artículo de Pedro J. Plaza.